PostHeaderIcon Cuentos sobre la anciana de Shaj

Queridos blogueros:

Aquí van unos cuantos cuentos cortos de nuestro colaborador Miguel Ángel. Miguel Ángel es un compañero del Taller de Escritura de mi Centro de Salud. Allí nos embelesa con sus cuentos. Espero que os gusten tanto como a mí.

CUENTOS Y RELATOS

 

POR Miguel Ángel Pérez Aznar

 

LA ANCIANA SHAJ

Yinha era un pueblo austero de gentes sencillas y trabajadoras. Un pueblo agrícola situado en la ladera del monte Gonhju, el monte más alto de la provincia.

A Yinha habían llegado las religiones actuales, pero ninguna había calado realmente. Se podía decir que nadie había leído la Biblia, ni el Corán y no tenían referencia alguna de Buda.

El misterio de Yinha se encotraba en una de sus habitantes. Era una mujer ya anciana que no dejaba ver su rostro, rara vez salía de su pequeña choza apagada por la oscuridad.

Desde que el recuerdo de los habitantes de Yinha existe, esta mujer misteriosa ha existido.

Esta anciana tenía un nombre, Shaj. Se decía que era la persona más sabia  del pueblo y resolvía los problemas de las gentes de Yinha.

Cada día una familia del pueblo se encargaba de llevarle la comida a Shaj, la dejaba en su puerta y cuando nadie la veía, la anciana la recogía.

Shaj no era una curandera, ni experta en artes mágicas. Shaj era el alma del pueblo de Yinha.

Cada día la gente que la necesitaba acudía a recibir sus consejos y sabias palabras.

Shaj era una mujer que conocía muy bien a la gente y también a su pueblo. La gente que iba a pedirle consejo pasaba largo tiempo contándole cosas acerca del pueblo. Además la anciana hacía llamar a gente del pueblo para que le informaran. Shaj conocía todo el pueblo. El pueblo era su vida.

EL HOMBRE PARA IYIN.

 

Iyin entró en la cabaña de Shaj tras pedir el permiso oportuno a la anciana. Iyin era una muchacha muy bonita, tenía largos cabellos negros y unos ojos grandes y almendrados que dejaban entrever su estado de ánimo en cada parpadeo. Ahora sus ojos eran tristes y Shaj los veía.

Iyin empezó por dar las gracias a la anciana por recibirla y con una reverencia por su sabiduría empezó a hablar.

A shaj no le gustaba que empezaran a hablar con ella contándole sus problemas. Quien iba a hablar con Shaj lo sabía e Iyin empezó por hablarle de los nuevos nacimientos del pueblo y especialmente estaba contenta porque acababa de tener un hermanito. Se emocionó y sus ojos cambiaron de tristeza a ternura por su hermano. También habló del regalo de su madre por su aniversario …

Ella misma contándole las cosas alegres que le habían ocurrido apartó de su mente el problema relajándose.

En ese instante era tiempo de hablar del asunto y Shaj se lo hizo saber.

Iyin le contó:

<< He tenido varios pretendientes pero ninguno me respeta ni me escucha, todos eran chicos muy guapos pero una vez salía con ellos me pasaba esto, o eran vagos, o no me escuchaban , o solo se querían estar conmigo para presumir de chica.>>

Shaj se quedó mirándola, sabía que lo que decía era cierto. Un instante después Shaj sacó de la oscuridad un collar de granos de arroz y se lo dio. Iyin lo cogió y esperó.

 

Shaj le dijo:

<<Cuando te encuentres con un pretendiente, cuenta los granos de arroz en voz baja delante de él como si jugaras con ellos. Luego ven y te diré.>>

Tras las palabras de la anciana, Iyin desapareció dándole las gracias a la anciana.

La muchacha puso en práctica lo que la anciana le había propuesto. Esa misma tarde se reunió con sus amigas  y a cada pretendiente, con el collar de arroz en la mano, iba contándolos.

 

Días más tarde Iyin volvió a la cabaña de la anciana. La anciana la estaba esperando. Iyin le habló con excitación de su hermanito y estuvo ansiosa por contarle sobre su experiencia.

Shaj le pregunto:

-¿Cómo han reaccionado tus pretendientes?

Iyin le contó:

<< Ha habido de muchas clases, chicos que se han extrañado viéndome contar los granos de arroz. Otros se han aburrido y se han ido. También alguno me ha observado pero no ha dicho nada. Había quien me preguntaba por lo que hacía y por último ha habido uno que cuando he acabado de contar los granos de arroz me ha dicho el número exacto.>>

La anciana le dijo:

<<Si eliges los que se han ido, callado … no serán tan idóneos como el que te ha dicho el número exacto de granos de arroz. Ese será el mejor esposo para ti.>>

Iyin se quedó extrañada y le preguntó con la mirada.

Shaj continuó:

<<Ese hombre te respetará porque ha respetado tu decisión de contar los granos de arroz. Será paciente contigo porque ha esperado a que contaras todos los granos para decirte el número exacto. Le gustarás por ser quien eres y no por tu imagen porque no se ha distraído mirándote. Y por último será un hombre trabajador porque se fija en las cosas y no se distrae, observando cada grano estará en lo que está y servirá de contable para los negocios del pueblo, lo que significa que tendrá dinero para alimentar a tus hijos.>>

Iyin escuchó atónita y atenta, fascinada. Se quedó pensativa.

Shaj le despidió y le dijo que ahora la decisión era suya. Iyin fue con ese hombre una mujer feliz y todo lo que había observado Shaj se cumplió.

 

 

 

 

 

LA ANCIANA DE SHAJ Y EL CARPINTERO

 

La anciana estaba lavándose los pies en una pequeña palangana. Con movimientos lentos pero a la vez ágiles limpiaba sus ancianos pies. Era hora de su paseo. Cuando anochecía se dirigía con su capa negra para no dejarse ver y a hurtadillas recorría las casas mientras por las ventanas asomaban las velas y se oía el reír alrededor de la mesa mientras los aldeanos cenaban.

Las comidas en la aldea de la anciana eran sobre todo a base de arroz, como en la mayoría de las culturas asiáticas. Un arroz fino y también con brotes para que mantenga más energía y las gentes puedan hacer frente a las tareas del campo y otros quehaceres.

En la aldea la gente es ágil y no está tan mal acostumbrada como en la civilización occidental. Los niños se ingenian juguetes con dos trozos de cordel, algunos dibujos en una calabaza y mucha imaginación. Son alegres como gorriones revoloteando junto a sus mayores llenando la aldea de alegres brotes jóvenes.

Y mientras la anciana se recreaba en estos detalles le paró por la calle el carpintero, y le invitó a cenar a su casa. La anciana ,que no era tonta, sabía que el carpintero, de nombre Leen, más bien quería pedirle consejo.

Las manos de Leen no tenían la misma agilidad y con el contacto con la viruta de la madera y otros residuos había perdido vista y sus trabajos ya no eran de tanta calidad como él deseaba.

La anciana le dijo que tenía preparada dos tazas de arroz en su pequeña choza, a lo que con una sonrisa Leen le agradeció las pocas palabras         que le hacían falta a la anciana para conocer las intenciones de la gente.

La anciana desde pequeña fue enseñada a conocer a la gente y cuales eran sus intenciones. Pero esto es otra historia.

 

Llegaron a la choza de la anciana, encendieron las velas y pronto estaban comiendo la taza de arroz. Leen antes de ir a cenar con la anciana  avisó a su hijo pequeño, de 24 estaciones, que iba a cenar con la anciana.

En la aldea se comía con palillos y con las manos. Se ponía el arroz sobre una gran hoja y allí se comía. Con la mirada, la anciana le hizo recordar cuando Leen le regaló esos palillos por el último consejo que le había dado. La mujer de Leen se encargaba de grabar pequeños dibujos en los palillos y tenían el nombre de la anciana ,»SHAJ».

Terminaron el arroz, lo comieron con todos los sentidos, lo tocaron con los dedos, olieron su delicioso aroma, escucharon el crujir del arroz entre sus dientes, y reconocieron su sabor agridulce. Era un momento de meditación y de apreciar la amabilidad de la Madre Tierra. Que les ofrecía en forma de arroz.

Pero era hora de hablar y Leen empezó:

 

«Ya sabrá anciana que mi vista me falla, tanta viruta en mis ojos han hecho que pierda visión, no veo bien las medidas para hacer mis muebles y no estoy satisfecho con mi trabajo. Tengo a mis 3 hijos mayores trabajando conmigo en la carpintería, y creo que es hora que les deje el negocio pero el problema es que no se a quién dejárselo. Los tres son voluntariosos, alguno más que otro. Pero no quiero que el negocio se pierda.»

 

La anciana le dijo:

 

«Dales diez monedas de plata a cada uno de los tres y diles que es para ellos, que hagan el mejor uso que crean para ese dinero. Cuando sepas lo que han hecho con el dinero ven a verme y cuéntame»

 

Leen asintió con la cabeza y con una sonrisa se despidió de la anciana no sin antes agradecerle su tiempo.

 

A la semana siguiente Leen, con paso alegre se dirigió a ver a la anciana. Había terminado una mesa que le había salido especialmente bien y con la satisfacción en su memoria golpeó la puerta de la anciana. La anciana le abrió la puerta y le hizo pasar.

«¡Ya está! -exclamó Leen. Ya he solucionado el problema-continuó Leen. Muchas gracias, anciana.»

Pero la anciana con una sonrisa le dijo que le contara:

 

«Le di diez monedas a mi hijo mayor y le compró un traje nuevo a su mujer porque se acercan las fiestas.

Luego se las di al pequeño de los tres, que como es el más joven se fue a celebrarlo con sus amigos y para invitar a una chica que corteja.

Y por fin le di las diez monedas al mediano. Fue raro pero cuando le pregunté por el dinero me dijo que se lo había pedido prestado su hermana Iyin, y le pidió que le hiciera una silla. Mi hijo mediano lo que mejor se le da es hacer sillas, las hace muy confortables. Iyin le compró la madera, la mejor que había, clavos, cola y material para hacerla. Y además le regaló a su hermano una sierra nueva para que la hiciera rápidamente. Luego Iyin se la vendió al alcalde por 30 monedas de plata. Le dió 15 a su hermano y con las 15 monedas que le quedaron le pidió que le hiciera dos sillas más comprándole un martillo nuevo.

 

¿Con lo que? -dijo la anciana.

Con lo que Iyin, mi única hija me ha demostrado que es a quien he de dejar la carpintería, y que sus hermanos trabajen para ella. Gracias, anciana, quien me lo iba a decir.

La anciana sabía que Iyin era una chica muy inteligente y valiosa y que las costumbres de dejar los negocios familiares a los hijos varones era muchas veces un error, pero en este caso venció el sentido común.

 

Y colorín colorado hasta la próxima historia de la ancina Shaj.

 

 

LA ANCIANA SHAJ Y EL COMERCIANTE

 

La aldea no está tan perdida como parece, aunque esté entre las laderas de una cordillera asiática, tiene un buen acceso y la ruta de la seda suele pasar por la aldea dos veces al año. En primavera y en otoño cuando no hace ni demasiado frio ni demasiado calor.

Uno de los comerciantes que más tiempo lleva haciendo esta ruta es el anciano Jonás, un judío de porte esbelto, nariz aguileña y barba sabía. Y como no, siempre que pasaba por la aldea hacia un alto para  contarle noticias a la anciana sobre el otro mundo, ese que está fuera de la aldea. Sobre las guerras en marcha, mongoles, la civilización China y la extraordinaria cultura europea que según él se caracterizaba por su modernidad, pero que la anciana miraba con escepticismo. Ella vivía muy feliz en la aldea y le parecía difícil considerar que las gentes sencillas de la aldea tuvieran algo que envidiar a esa Europa que tanto elogiaba Jonás.

Pero Jonás era un gran narrador y la anciana se encontraba muy feliz escuchando sus historias sobre otras civilizaciones, hacía constantes preguntas aunque más bien eran preguntas meditadas y siempre guiadas por la escucha.

Jonás se dirigió a la anciana:

«Anciana, uno de mis ayudantes lo he perdido en el camino, han habido fiebres por algunas aldeas que visitamos y perdí a un muchacho con mucho valor para mi. Me gustaría que me recomendaras algún joven de tu aldea para que me acompañe como comerciante en mis viajes.»

 

La anciana le preguntó:

«¿Cuántos días estarás en la aldea?»

 

-Estaré dos semanas -le contestó Jonás, los animales necesitan descansar al igual que los hombres.

-Será suficiente -replicó la anciana.

– ¿Tienes algún producto defectuoso que estés pensando desechar para vender, Jonás? -le inquirió la anciana

– Sí, tengo unas pocas alfombras que compré en Persia que se deshilachan en alguno de sus bordes.

-¿Y tienes algunas alfombras de las que te sientas realmente orgulloso de la compra que has hecho?

– Sí, claro, de mi amigo Fakir, de la India, él siempre me reserva su mejor género. Y tengo unas de muy buen hilado y dibujo.

-¡Bien! – argumentó la anciana- has de ir a la plaza de la aldea, decirle al alcalde que reúna a todos lo jóvenes con ganas de conocer mundo y les explicarás cual debe ser su cometido. Entonces, a los que accedan a irse contigo les dirás que antes tendrán que venderte una alfombra  y les darás las peores que tienes. Pasada una semana les dirás que vengan y les ofrecerás para vender las alfombras de las que estas tan orgulloso. Luego ven y cuéntame.

 

Jonás hizo casa a la anciana y tras hablar con el alcalde reunió a los jóvenes en la plaza. Hizo lo que la anciana le dijo y acudió a ver a la anciana.

 

Se saludaron afablemente cuando se volvieron a ver y la anciana sonrió al reconocer que Jonás ya había encontrado al comerciante que necesitaba.

-¡Cuéntame!-dijo la anciana

-Acudieron algunos jóvenes, no muchos, la verdad es que esperaba más, pero se ve que en la aldea la gente está contenta por como vive. Bueno, de los que acudieron todos menos dos aceptaron venirse conmigo y se llevaron las alfombras defectuosas para vender. A la semana me la devolvieron todos menos tres pues no las habían podido vender. No tenían don para vender, no me servían. Pero tres de ellos si que las habían podido vender. De repente, allí mismo apareció el alcalde y el alguacil del pueblo quejándose a dos de los jóvenes por las alfombras, estos se avergonzaron y me echaron las culpas a mi, con lo que los descarté. Pero el último joven vino acompañado del terrateniente a quien le había vendido la alfombra y me preguntó, «Señor Jonás, ¿cómo es la alfombra que nos piensa dar ahora? Es que esta ha salido defectuosa y he pensado cambiársela por la que nos piensa dar ahora. Me quedé sorprendido y agradecido por el trato al terrateniente. Le enseñé la nueva, orgulloso y contento por ella el terrateniente accedió a quedársela y a pagar el valor que ésta tenía.

Este muchacho, el que me llevo, ha reconocido la parte más importante de la venta, el servicio una vez vendido y la atención al cliente, cosa que los otros no entendieron.»

 

Gracias, anciana por tu consejo, partimos hacia mi preciada Europa, dijo con una sonrisa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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